Festibolita y la alegría de volver a jugar

Por: Orlando Benítez Quintero Recuerdo cuando mi abuela Bertha me mandaba a la tienda por una libra de arroz o un cuarto de aceite. El camino se hacía corto porque, entre mandado y mandado, sacaba una vieja llanta de bicicleta y, con un pedazo de palo de escoba, la hacía rodar calle abajo junto a …
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Por: Orlando Benítez Quintero

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Recuerdo cuando mi abuela Bertha me mandaba a la tienda por una libra de arroz o un cuarto de aceite. El camino se hacía corto porque, entre mandado y mandado, sacaba una vieja llanta de bicicleta y, con un pedazo de palo de escoba, la hacía rodar calle abajo junto a los pelao’s del barrio. Éramos felices, compitiendo en carreras, tirando trompo, quiñando bolitas de cristal o improvisando partidos de futbolito con una tabla, clavos y pita. Jugábamos al Jimmy, al fusila’o, a la tapilla… juegos sencillos que enseñaban mucho: a respetar reglas sin jueces, a esperar el turno, a ganar con humildad y a perder sin berrinche.

Décadas después, me encontré con Festibolita. Y, lo mejor, de la mano de mi hija, con la oportunidad de mostrarle que, sí que hubo vida sin pantallas ni controles electrónicos, una vida de realidad compartida. Ella, que crece en un mundo saturado de estímulos digitales, se emocionó tanto que este año fue quien pidió volver a ese oasis de juegos de antaño.

Festibolita —el Festival de la Bolita de Uña y otros Juegos Tradicionales— se celebra entre lunes y jueves santo en el barrio Cartagenita de Ciénaga de Oro. Es una fiesta de resistencia cultural que este año volvió a reunir a niños, jóvenes y familias en torno a juegos como avioncito, futbolito, cacao o calabonga, trompo, chinchina, gallos de cera, cucurubao, yoyo, Jimmy, fusilao, bolero, llanta, trompo de totumo, vaca de totumo, el escondido, pepa al chondo, vuelta a Colombia… y, por supuesto, la bolita de uña.

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En tiempos de realidades virtuales, espacios como este son esenciales porque no solo recuerdan viejos tiempos, sino que siembran valores: sana competencia, respeto, cooperación, solidaridad. Cada juego tiene su superhéroe —Súper Bolita, Súper Trompo, Súper Cacao— que, a través del juego, enseñan a luchar contra males como el bullying, el abuso o la exclusión.

Luis Durango, su creador y promotor incansable, lo sabe. Aunque la calle se llena cada año, insiste en que faltan más niños. Por eso no se detiene: tiene un laboratorio de juegos tradicionales en su casa y busca llevar Festibolita a colegios, barrios y toda la región. Una misión no solo plausible, sino urgente. Un trabajo de amor por nuestra cultura que merece ser replicado y apoyado.

Volver a jugar es reconectar con lo esencial, es enseñar a nuestros niños que hay mundos enteros en una bolita de cristal, en el giro perfecto de un trompo, en una carrera de llantas improvisadas. Y que la verdadera realidad se siente en las sonrisas, en el compañerismo y en la alegría de ser niños de verdad.

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