Por: Mario Sánchez Anastasio lo mataron la madrugada del 15 de octubre de 1989 con siete puñaladas en su cuerpo. Desconocidos habrían entrado a su residencia ubicada en el centro de la ciudad, dotados de armas blancas, convirtiendo el recinto en una carnicería y ríos de sangre que bajaban como cascada por la escalera del …
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¿Por qué mataron a Anastasio? Si era un buen tipo Una historia de ficción

Por: Mario Sánchez
Anastasio lo mataron la madrugada del 15 de octubre de 1989 con siete puñaladas en su cuerpo. Desconocidos habrían entrado a su residencia ubicada en el centro de la ciudad, dotados de armas blancas, convirtiendo el recinto en una carnicería y ríos de sangre que bajaban como cascada por la escalera del segundo piso.
El cuerpo yacía tirado en el suelo, tieso, hinchado, con los brazos levantados, en defensa, como pidiendo clemencia a sus verdugos, con una inmensa bola de papel higiénico en lo profundo de su boca y un palo de madera atravesado en el ano. Las paredes del pasillo principal de la casa, desvencijadas por la pintura corroída, impregnadas de huellas dactilares en rojo que recorrían los tres cuartos, daban indicios de una tortura y sufrimiento a la víctima antes de finiquitar con el último suspiro de vida.
Los closets de las habitaciones permanecían cerrados, las camas organizadas sin arruga alguna en sus sabanas. Un reloj, una pulsera y dos anillos, todos de 18 quilates, se encontraban en la mesa de noche del cuarto principal, justo al lado del libro “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde. En el comedor principal de seis puestos, muy vistoso debajo del frutero, se situaban los recibos de los servicios públicos con varios billetes. Lo que intuía que no se trataba de un robo o atraco inesperado. ¡Al profesor Anastasio lo fueron a matar!
Anastasio se había ganado la estimación de todo el vecindario. Acostumbraba por las tardes, antes de caer la noche, y luego de la faena laboral que terminaba a las 3:00 pm, jugaba dominó y barajas debajo de los laureles que le daban sombra a su casa. Se reunían entre 8 y 10 amigos para divertirse hasta la media noche, sin importar que al día siguiente había que madrugar. Los fines de semana alternaban la mesa de juego con aguardiente. El profe, de Ciencias Sociales, nunca tomaba.
Había consumado una relación cercana con los jóvenes del sector, quienes acudían con frecuencia a hacerle consultas en su biblioteca privada, dotada de valiosos libros. Además, para épocas de vacaciones obsequiaba trompos, barriletes, hacía helados caseros de zapote y Kola Román. Patrocinaba equipos de fútbol con uniformes y balones. Gozaba de una generosidad infinita y padecía el síndrome de Peter Pan, rodeado constantemente de adolescentes para reprender una adultez encaminada a la vejez. Era una especie de niño grande, jugaba y cantaba todo el tiempo, como un muchachón enamorado.
El día que lo fueron a matar, Tomasa Rivera, la empleada del servicio, había pedido permiso para regresar al siguiente día. Llevaba más de 10 años atendiéndolo. Conocía todo, absolutamente todo, sobre su vida. Era más que su sirvienta. Tenía un hijo de 8 años que vivía con ella en la casa del profe. Los deslenguados decían que era hijo de su patrón.
—Quiero dormir esta noche en tu casa —le dijo Anastasio a Beatriz, la vecina con la que colindaba el patio. Ella se sonrojó, muy tímida, y celebró mentalmente la propuesta del profesor. Pero él estaba como nervioso, miraba para todos lados. –Hoy no quiero dormir solo en esa casa, Tomasa está de permiso. Beatriz, una enfermera solterona igual que Anastasio, sedienta del fragor varonil (pero no levanta falta), había despertado en varias ocasiones el candor de su vecino. Esa noche esperaba que no se durmiera viendo películas en el sillón de terciopelo y más bien se trasnochara con ella, entrepiernados en la ferocidad pasional.
No habían pasado dos horas cuando llegó Tomasa con el hijo, adelantando su regreso. Metió el brazo por el hueco de la persiana en que le faltaba un vidrio, haló una pita amarrada a la cerradura de la puerta y entró. Anastasio sintió su llegada y le anunció a Beatriz que ya no se quedaría con ella. Lo de ellos era una relación clandestina y “cadapuediaria”. La enfermera buscaba sucumbirse en una sopa de erotismo que le era esquiva, mientras el profesor buscaba solo compañía.
¿Pero por qué mataron a Anastasio? Si era un buen profesor, se preguntaban y respondían sus colegas en el colegio público, donde por más de 15 años habían compartido la pedagogía. Era querido por todos los docentes y amado por los estudiantes. Patrocinaba meriendas a los más pilosos y prestaba dinero a sus colegas cuando estos pasaban por dificultades.
Aquella noche la vecina Beatriz quedó con la mirada de felina en celo, mientras Anastasio entró nuevamente a su casa y se quedó conversando con la empleada doméstica, quien había regresado de manera inesperada debido a un inconveniente familiar. El ripio de las crispetas comenzó a sonar en la olla y los tres se quedaron dormidos, viendo la última película de Sylvester Stallone en una improvisada sala de televisión del segundo piso.
¿Los asesinos habrían entrado antes que llegara Tomasa o sigilosamente los sorprendieron mientras veían la película?
Con cierta extrañeza, los vecinos y amigos de juego, habían notado que la mesa no se había instalado debajo de los laureles los últimos 3 días. Beatriz, herida en su ego de fémina, ignoró mirar a la casa del vecino. Un fuerte hedor la hizo repentinamente averiguar qué pasaba, pues ya varios residentes se estaban quejando. Pensando que Anastasio se habría ausentado esos días, imaginó que el tanque de la basura estaba ocasionando el fuerte olor.
Con la confianza que se le había concedido, intentó abrir la puerta por la persiana que le faltaba el vidrio, pero no fue necesario. La puerta estaba entreabierta, el silencio en la casa era tan espeso que parecía que las paredes lo contenían a la fuerza. La puerta principal, apenas entornada, crujió con un quejido fúnebre al ser empujada. La luz tenue que se colaba por las rendijas dejaba entrever el caos. Al entrar, pudo evidenciar los ríos de sangre seca, que bajaban por la escalera. Casi se desmaya del fuerte olor que golpeó su rostro y de encontrar los cuerpos de Tomasa y del profesor Anastasio en avanzado estado de descomposición. Las huellas marcadas tanto de víctimas y victimarios como sombras en el suelo rastreaban todo el lugar, llegando hasta la puerta del patio, donde encontraron el cuerpo del pequeño, como intentando escapar por aquella salida angosta utilizada solo para sacar la basura.
¿Por qué asesinaron a la empleada y su hijo? ¿Habían reconocido a uno de los criminales?
En el sofá de la sala fueron encontrados restos de cigarrillos, muchos restos de cigarros. Los habitantes de la casa no fumaban.
Cuando las autoridades hicieron el levantamiento del cadáver del profesor, sacaron medio rollo de papel higiénico ingerido en su boca; le había llegado hasta el final de la garganta, callando cualquier gemido o bocanada de vitalidad que emergiera en la angustia para pedir ayuda. Aparte de las siete puñaladas en diferentes partes del cuerpo, tenía atravesado en el trasero un palo de madera de 30 centímetros de largo.
¿Por qué lo mataron con armas blancas y no de un tiro, y así evitar una escena tan dantesca y criminal? Quizás sus verdugos optaron por un crimen silencioso donde solo sufriera la víctima y nadie se percatara. Las mañas de abrir la puerta por el hueco de la ventana sin vidrio y la información que Tomasa, su empleada del servicio, no estaría ese día con él, era de alguien de suma cercanía y tendría estudiado todos los movimientos del afamado bonachón.
¡Esto es por lo que le hiciste a Felipe! Exclamó un hombre de mediana altura, corpulento, con gafas oscuras y gorra roja. Llegó vilmente colérico al salón donde dictaba clases el profesor Anastasio, se paró frente a la puerta y al acercarse le propinó una trompada descomunal en el pómulo derecho, dejándolo tirado en el piso empedrado, huyendo rápidamente con los brazos abiertos a la defensiva, por si alguno quería un golpe similar al recién ejecutado. Los estudiantes se aturdieron con gritos y socorrieron a levantar al querido maestro. Esto sucedió dos semanas antes del atroz asesinato.
La escena estremeció a toda la ciudad, donde era común escuchar de muertes por accidente o riñas en las periferias; nunca había suscitado algo tan macabro y bestial. Los autores maquinaron una conspiración mortífera, dejando a los habitantes del barrio agazapados y acongojados que no salían del asombro. La afluencia de personas se aglomeró rápidamente como pelotón de hormigas detrás de migajas, mientras Beatriz, extasiada en un llanto imparable les contaba a los agentes de la Policía la escena del crimen y los gallinazos revoloteaban el techo a causa del hedor y putrefacción que se había evaporado en el lugar.
Los años se han tragado el misterio de aquel suceso tenebroso que fue noticia en los principales diarios y emisoras de la región. Los laureles fueron cortados y no hubo más sombra para los juegos de mesa ni helados de zapote y Kola Román para la muchachada. Beatriz se resignó a pensionarse como solterona y cerró las piernas para siempre, ignorando los vejámenes callejeros, encerrada en la quimera cadapuediaria que se marchitó con el vecino profesor.
No hay inquilino que dure en la casa del crimen, las huellas dactilares del rojo sangriento, tatuadas en las paredes del segundo piso, sobresalen cada vez que la pintura se desgasta.
Los vecinos aún lamentan desconsolados y se preguntan… ¿Por qué mataron a Anastasio? Si, era un buen tipo.
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