El valle de la muerte Ana lloraba

Lloraba en silencio, como lloran quienes ya no tienen fuerzas para gritar. El sol se colaba tímido por la rendija de la cortina mientras ella doblaba, una por una, las bolsitas de papel que había mandado a imprimir con tanto esmero. Su logo, aún brillante, parecía burlarse de ella. Las cajas de cartón se acumulaban …
El cargo El valle de la muerte Ana lloraba apareció primero en Chicanoticias Noticias Líder en Montería, Córdoba y Colombia.

Lloraba en silencio, como lloran quienes ya no tienen fuerzas para gritar. El sol se colaba tímido por la rendija de la cortina mientras ella doblaba, una por una, las bolsitas de papel que había mandado a imprimir con tanto esmero. Su logo, aún brillante, parecía burlarse de ella.

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Las cajas de cartón se acumulaban en el suelo. En cada una iba metiendo no solo mercancía, sino pedacitos de su alma. Descolgó el letrero de bienvenida con manos temblorosas, y al hacerlo, un tornillo cayó al suelo. Ese pequeño sonido fue el eco exacto de su derrota.

Había sido su sueño durante años. Un local bonito, acogedor, con aroma a incienso suave y música instrumental de fondo. Lo armó con detalle: cada repisa, cada lámpara, cada planta. Pasó noches enteras diseñando, calculando, imaginando.

Y ahora, lo estaba vaciando.

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—¿Qué pasó? —susurró mientras secaba sus mejillas con el dorso de la mano.
No había respuesta. O sí. Muchas.

Ana acababa de atravesar el temido valle de la muerte de los emprendedores: ese periodo entre el primer y tercer año donde la mayoría de los negocios fracasan. Y no por falta de amor o empeño. Ana lo dio todo, pero eso no fue suficiente.

Su error más grande: el mal manejo del dinero. No llevaba cuentas claras. Confundía ventas con ganancias. Nunca supo cuánto le costaba realmente sostener su negocio. Usaba la caja para pagar cuentas personales, sin separar lo uno de lo otro. La plata se le iba como agua entre los dedos.

La falta de diferenciación fue otra piedra en el camino. Su tienda vendía lo mismo que muchas otras, de la misma manera. Sin un sello, sin una historia. No bastaba con que fuera “bonita”.

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No innovó. Se quedó en la zona cómoda. Mismos productos, mismas vitrinas, mismas estrategias. El mercado cambió, pero ella no. Y cuando quiso reaccionar, ya era tarde.

Tampoco tuvo una estrategia de marketing clara. Publicaba en redes cuando se acordaba. Fotos sin alma, promociones sin enfoque. Nunca entendió bien a su cliente ni supo cómo hablarle. Esperó que el boca a boca fuera suficiente. No lo fue.

Y es que emprender no es solo soñar. Es también planear, medir, arriesgar, cambiar. Ana tenía el corazón puesto, pero le faltaron las herramientas. Y el tiempo se encargó de recordárselo, factura tras factura, hasta el día en que tuvo que cerrar.

Hoy su tienda es una caja llena de recuerdos. Y ella, una mujer que aprendió a punta de lágrimas que la pasión, aunque esencial, no lo es todo.

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Que no te pase como a Ana.
Antes de lanzarte al vacío, asesórate, capacítate, aprende de quienes ya caminaron ese camino.
El emprendimiento es duro, pero con visión, estrategia y conocimiento, el valle de la muerte puede convertirse en una tierra fértil.

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