La unidad es nuestro escudo contra el terrorismo

Por: Felipe Antonio Olaya Arias Colombia ha vuelto a enfrentar una cruda arremetida del terror. En Cali,un camión bomba estalló cerca de una base militar. En Antioquia, un helicóptero de la Policía Nacional fue derribado por un dron cargado con explosivos. Y en Caquetá, un artefacto detonó de madrugada, afectando a comunidades que ya han …
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Por: Felipe Antonio Olaya Arias

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Colombia ha vuelto a enfrentar una cruda arremetida del terror. En Cali,un camión bomba estalló cerca de una base militar. En Antioquia, un helicóptero de la Policía Nacional fue derribado por un dron cargado con explosivos. Y en Caquetá, un artefacto detonó de madrugada, afectando a comunidades que ya han sufrido los embates de la violencia. Estos actos
cobardes dejaron un doloroso saldo de 18 vidas perdidas y decenas de heridos, entre ellos niños, adultos mayores, civiles y uniformados.

Estos hechos no son ataques aislados; son quiebres colectivos que trastocan nuestra normalidad y nos obligan a reflexionar. Nos confrontan con preguntas esenciales: ¿cómo elegimos responder al miedo? ¿Qué historias contamos frente al dolor? ¿Cómo reaccionamos, como sociedad, a estos actos que buscan doblegarnos? Cada vida perdida nos recuerda lo
frágiles que somos y lo urgente que es protegernos unos a otros.

El luto no puede reducirse a la tristeza; debe ser un llamado a la dignidad y a la acción. Este momento es un punto de inflexión que puede paralizarnos en la desesperanza o impulsarnos a abrir nuevas conversaciones que pongan la vida en el centro y la defensa de nuestra tranquilidad por encima de cualquier intento de someternos.

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El terrorismo, con su crueldad, busca silenciar voces y fracturar las instituciones democráticas. En Cali, Antioquia, Caquetá y Huila, la destrucción no es solo física: busca debilitar nuestra confianza. La violencia, sin importar de dónde provenga ni la forma que tome, intenta corroer la convivencia, fragmentar a las comunidades y sembrar miedo.

El papel del Estado, a través de la Fuerza Pública, es fundamental para proteger la vida, pero no es suficiente. Cada ciudadano tiene también la responsabilidad de ser guardián de la palabra y del cuidado. La paz no se decreta; se cultiva en lo cotidiano, en las conversaciones que elegimos sostener y en los lazos que decidimos fortalecer.

Colombia ha atravesado noches más oscuras y sigue de pie. Que el dolor de estos días no nos divida, sino que nos una en lo esencial: la defensa de la vida como principio innegociable, el reconocimiento mutuo a pesar de las diferencias y el trabajo constante para construir un país donde las próximas generaciones no hereden este pesado legado de violencia.

El dolor es inevitable, pero la resignación no lo es. Hoy, más que nunca, debemos responder al miedo con fortaleza, determinación y, sobre todo, con un profundo sentido de civismo y unidad.

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