Agamenón: el incansable cineasta

¿Por qué nadie me lo dijo? una producción de talla internacional Como un susurro de luz proyectada, el cine colombiano se estremeció por primera vez en 1922 con “La María”, esa epifanía en la gran pantalla que trajo a la vida la novela de Jorge Isaacs. Antes, al filo del cambio de siglo, en 1895, …
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¿Por qué nadie me lo dijo? una producción de talla internacional

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Como un susurro de luz proyectada, el cine colombiano se estremeció por primera vez en 1922 con “La María”, esa epifanía en la gran pantalla que trajo a la vida la novela de Jorge Isaacs. Antes, al filo del cambio de siglo, en 1895, el aliento mudo de las primeras máquinas de los Lumière dibujó sombras en blanco y negro, preludio de un arte que soñaba con volar. Sin embargo, durante décadas aquel ensueño osciló entre destellos foráneos y ocasionales destellos propios, pues las salas atestaban de películas extranjeras mientras el aliento criollo se extenuaba. Fue sólo con la Ley 814 de 2003 y el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico que el séptimo arte halló por fin un cauce generoso: entonces brotaron voces regionales, nuevos narradores que, armados de pasión y oficio, reinventaron historias y devolvieron al cine de Colombia su luz más auténtica.

Por supuesto que se realizaron muy buenas producciones a nivel nacional antes de esta coyuntura, pero el incentivo y respaldo a cineastas de a pie, surge a partir de esta ley.

Aquella mañana tibia y primaveral de 2010, mientras el alba aún desperezaba sus tonos dorados, Clara Andrade García irrumpió en la emisora FM que yo dirigía, conduciéndome de la mano hasta un joven de barba descuidada y mirada voraz, ansioso por compartir su sueño. “Me llamo Agamenón, soy director de cine y estoy organizando el primer festival de Montería”, proclamó con la certeza de quien ya ha visto su propia victoria. Sin dudarlo, lo invité al estudio; mi compañero, escéptico, me lanzó un guiño burlón, como si aquella hazaña fuese una utopía. Pero tras el café humeante que compartimos al salir, sus palabras resonaron en mi mente: su fuego creativo alumbraría el arte cordobés. Creo que no me equivoqué. Desde entonces, donde he estado, le he abierto las puertas a su pasión.

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Agamenón se alza como un faro de convicciones, un ser temático cuya terquedad no es obstáculo sino fuego que alimenta sus visiones. Durante más de una década ha surcado el mar tempestuoso del cine: ha naufragado en proyectos que creía sólidos, ha saboreado el triunfo en otros, y siempre, como el fénix de sus propias creencias, resurge con nuevas imaginaciones. Sus ideas germinan en cada caída, florecen en cada tropiezo y se reinventan en un incesante vaivén creativo. Viajero incansable, sus filmes han danzado en pantallas de festivales de medio mundo; atleta de la imagen, aplica la “teoría de la gallina” —preciso, directo al grano— para sortear los desafíos que para muchos serían murallas infranqueables. Su optimismo es de un alpinista que escala peldaños en la cima escarpada del séptimo arte, explorando los géneros del drama, la comedia y el documental.

En Colombia, la realización cinematográfica es una odisea tallada en espinas; aspirantes y soñadores trotan en un laberinto de burocracias, viacrucis de permisos y bolsas de financiación esquivas. Muchos, tras estudiar la gramática del celuloide, se ven desgarrados por la complejidad del paisaje audiovisual y, rendidos ante la marea de obstáculos, desembocan en las aulas como docentes o se atrincheran tras la crítica, renunciando al anhelo de capturar la vida en frágiles rollos de 35 mm. Así, la gran pantalla se empolva de historias que aguardan valientes dispuestos a desafiar la tormenta y abrir brecha hacia la luz proyectada.

Agamenón Quintero, hijo del cálido aire de Montería, se forjó en la pasión del cine con alma colombo-mexicana y un andar de 38 años marcado por la magia en la gran pantalla. Con apenas 23 años, dio vida a la “Productora Agamenón Films” y, con la osadía de un visionario, creó el Festival Internacional de Cine de Montería en 2010, transformándolo, entre 2015 y 2016, en el pulso cinematográfico de todo Córdoba. Bajo su pluma y cámara nacieron las películas “A Puerta Cerrada” (2013) y “Mi Primera Vez” (2016), antes de descubrir en “Ángela” (2019) la llave que le abrió los salones de la gloria internacional paseándose en varios festivales cinematográficos de renombre. En esta última película tuvo que cederle a su ex esposa el crédito de codirectora

En 2020, renació con una nueva productora “Malintzin 14”, abrazo simbólico a nuevos horizontes, mientras su espíritu aventurero lo llevó a coproducir “Querido Fidel” (2021) en Italia. Al año siguiente, su voz cinematográfica se alió con el Arauco Jorge Eliécer Alfaro para co-dirigir “Kun Bi”, un cortometraje que desató ovaciones en Cartagena y conquistó el premio al Mejor Cortometraje Iberoamericano en Huesca – España, llegando incluso a rozar el sueño de los Oscar. Agamenón camina, incansable, entre luces y sombras, escribiendo con cada fotograma la epopeya de un creador que desafía los límites del arte y la memoria.

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Este 2025 llegó para el cineasta monteriano con gran júbilo: “¿Por qué nadie me lo dijo?” acaba de desplegarse en las salas independientes de Colombia, su última película, grabada entre Barcelona y Montería. En esta oda híbrida de 90 minutos, Agamenón teje un diálogo íntimo sobre el dolor masculino, el amor tóxico y la salud mental: Jordi, con su mirada perdida tras el lente, carga las cicatrices de un pasado que resuena en cada plano, entre el murmullo del acoso mediático y el temor a volver a amar.

Al estrenarse simultáneamente en Barranquilla, Medellín, Valledupar, Cali y Manizales, esta comedia dramática se convierte en un espejo universal que desnuda las sombras de ser hombre. Y el 29 de julio de 2025, bajo las luces del Festival de Cine de Guayaquil, su eco se alzará para abrazar al público latinoamericano en su premier internacional.

Han desfilado quince años desde aquella mañana cálida cuando Clarita Andrade nos presentó, ella siempre luminosa, desafortunadamente nos dejó muy temprano y pasó a la vida eterna, pero Agamenón sigue siendo de barba indómita y espíritu incontenible, semi espelucado, temperamental, obsesivo en la búsqueda de la perfección.  A diferencia de aquel muchacho que, habido de hablar, hoy puede quedarse callado y mostrar un palmarés al que muchos han querido, pero no han podido.

Ánimo Agamenón, adelante con el buen cine, y recuerda que “el cobarde no conoce victorias, solo ve pasar los triunfos del valiente”

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Buen viento, buena mar

  


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