Por Orlando Benítez Quintero* En Montería, como en muchas otras ciudades del país, hay un fenómeno que no es nuevo, pero que últimamente hasta tiene ínfulas de poder: el ‘catrinaje’. No aparece en los diccionarios, pero todos sabemos que existe. Se mueve en redes sociales y en los chats de WhatsApp donde se reparten insultos …
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Amigo, no te dejes “Catrinear” 🌪️📱

Por Orlando Benítez Quintero*
En Montería, como en muchas otras ciudades del país, hay un fenómeno que no es nuevo, pero que últimamente hasta tiene ínfulas de poder: el ‘catrinaje’. No aparece en los diccionarios, pero todos sabemos que existe. Se mueve en redes sociales y en los chats de WhatsApp donde se reparten insultos como si fueran verdades absolutas. Un ser que no solo posa: pontifica, desinforma y exige con un tonito que mezcla arrogancia con ignorancia.
Dicen que nacieron por allá en 2005, justo cuando el huracán Katrina azotaba a los Estados Unidos y dejaba una estela de destrucción a su paso. Inspirados, quizás, por esa fuerza descontrolada y arrasadora, en las esquinas del centro de Montería se decidió bautizarles así: Catrinos. No por elegantes, sino por su afán de arrasar con cuanto político, funcionario o autoridad se les atravesara. Desde ahí, con celular en mano y lengua afilada, empezaron a ganarse —a las patadas— un lugar en la conversación pública.
Y no llegaron solos. A estos personajes los ayudaron a nacer ciertos actores de la cosa pública que hoy les tienen más miedo que respeto. Son su engendro, y ahora no saben cómo deshacerse de él. Los crearon para atacar a sus adversarios, para posicionarse en redes, para mover opinión a punta de vulgaridades disfrazadas de periodismo. Y ahí están ahora, desbocados, creyéndose intocables.
Este es un aviso para esos mandatarios, dirigentes, funcionarios o futuros candidatos a cualquier corporación: no se dejen catrinear. No pasa nada. No conozco el primer caso de un edil, concejal, alcalde, gobernador o congresista que haya caído por culpa de las publicaciones disparatadas, groseras y faltas de rigor de estos personajes. ¿Cuál es el miedo? ¿El escándalo del día? ¿La amenaza de ‘taguear’ un ente de control? ¿El chantaje disfrazado de denuncia? Jamás será periodismo.
Lo más despreciable del ‘catrinaje’ no es solo su estridencia, sino la bajeza con la que ataca la integridad personal de quienes critica. Se meten con todo: con la familia, con la vida privada, con los hijos, con las parejas. Lo hacen con improperios, con señalamientos sin sustento, sin el menor asomo de ética ni de rigor. Y lo peor: sus conclusiones jamás se sostienen en investigación alguna. Son solo percepciones disfrazadas de verdad, esculpidas desde el juicio ligero y sin responsabilidad.
El catrino se alimenta del silencio y del miedo. Si nadie le responde, cree que ganó. Si alguien le teme, se fortalece. Por eso es importante llamarlo por su nombre, ese disfraz de “vocero del pueblo” no le queda. No representan a nadie, excepto a sus propios intereses y a los egos que los inflan. El problema no es el acceso a una cámara o a un micrófono, el problema es lo que hacen con eso: sembrar odio, dividir, desinformar.
No se trata de censura. Se trata de sentido común. De no seguir dándoles poder a quienes no se lo han ganado con formación, con profesionalismo, ni con trabajo, ni con ideas. Ojo que la crítica no es lo mismo que la calumnia. Y que el periodismo —el de verdad— no necesita gritar para hacerse escuchar.
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