Por: Orlando Benítez Quintero La expresión más repetida esta semana fue: “hay que desescalar el lenguaje”. La han dicho políticos, periodistas, líderes sociales, opinadores y tuiteros en busca de paz digital. Pero ¿qué significa realmente? ¿Y cómo se hace cuando lo que sigue escalando es el veneno verbal? El atentado contra el senador Miguel Uribe, …
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Desescalar el lenguaje

Por: Orlando Benítez Quintero
La expresión más repetida esta semana fue: “hay que desescalar el lenguaje”. La han dicho políticos, periodistas, líderes sociales, opinadores y tuiteros en busca de paz digital. Pero ¿qué significa realmente? ¿Y cómo se hace cuando lo que sigue escalando es el veneno verbal?
El atentado contra el senador Miguel Uribe, el pasado 7 de junio, se dio en medio de un ambiente saturado de insultos y confrontación. Las redes sociales han sido el campo de batalla. Un análisis de La Silla Vacía, basado en casi 60 mil publicaciones políticas entre 2024 y 2025, reveló que el presidente Gustavo Petro es el actor más insultado… y también quien más mensajes agresivos emite. Lo siguen María Fernanda Cabal, Vicky Dávila y el propio Uribe Turbay. La conversación política dejó de ser un debate de ideas para convertirse en un combate de etiquetas.
Una herramienta de ese análisis es una nube de palabras: una representación gráfica en la que los términos más usados aparecen más grandes. Allí se leía con claridad: paraco, mamerto, guerrillero, corrupto, narco, pueblo, criminal, terrorista. Todo dicho con rabia, consumido y compartido sin asco.
¿Y entonces, cómo se desescala? Primero, bajando el tono. Cambiar el “usted es un ignorante” por “no comparto su punto y le explico por qué”; dejar de decir “ustedes son unos criminales” y empezar a decir “esto que ustedes proponen me parece peligroso por estas razones”. Parece obvio, pero no lo hacemos, porque nos duele más perder una pelea en X que perder la posibilidad de escucharnos. Hay que sustituir el grito por el argumento, discutir sin destruir.
Desescalar el lenguaje implica dejar de generalizar, evitar etiquetas y asumir que quien piensa distinto no es un enemigo. Esta forma de comunicación no violenta puede aplicarse en casi todos los escenarios: desde el Congreso hasta un grupo de WhatsApp; desde la opinión en medios hasta los comentarios en redes; desde un debate público hasta una conversación familiar.
Después del atentado, se han hecho llamados a la moderación, pero los ánimos no han bajado. Las bodegas siguen disparando desde sus trincheras: sin rostro, sin pausa, sin escrúpulo. En redes, cualquier cosa que diga un líder —de cualquier orilla— es atacada sin filtro, sin matices, sin escucha.
Es evidente que el discurso de odio incita a la violencia. Por eso, desescalar el lenguaje sí pueda marcar la diferencia entre el debate y la agresión. Bajar el tono no es debilidad: es una forma de resistir y de empezar a reconstruir algo que está roto en este país.
Mientras Miguel lucha por su vida, el país sigue gritando. Ni siquiera una tragedia ha logrado silenciar el odio. Desescalar el lenguaje no es solo urgente: es el primer paso para volver a escucharnos.
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