En una impactante muestra de dolor y desesperanza, un padre cargó en su motocicleta el cuerpo sin vida de su hijo, asesinado en una trocha del municipio de Pivijay, Magdalena, y lo trasladó por su cuenta para darle sepultura. La escena, que ha conmovido a la comunidad y a quienes han conocido el caso, pone en evidencia el abandono institucional que enfrentan muchas zonas del país.
El hecho ocurrió en medio del silencio de los vecinos, sin presencia de patrullas policiales, ni acordonamientos de seguridad. Sólo la figura del padre, visiblemente afectado, se inclinó para levantar a su hijo del suelo con la fuerza del amor y el dolor, acomodándolo en su moto para emprender un último viaje juntos, como si aún quedara un atisbo de esperanza en el camino de regreso.
En Pivijay, donde la violencia se ha vuelto parte del paisaje cotidiano, los muertos ya no son recogidos por ambulancias ni acompañados por agentes del Estado. Son las propias familias quienes asumen el peso de la tragedia: las madres lavan la sangre, los vecinos tapan los huecos y los padres entierran a sus hijos.
Sobre la víctima, se conoció que no tenía antecedentes judiciales ni enemigos conocidos, lo que hace aún más desconcertante su asesinato. Sin embargo, en este territorio, el peligro no siempre tiene rostro, pero el dolor sí: el de quienes sobreviven en medio del miedo, el abandono y la impunidad.
La comunidad ha expresado su indignación por la falta de respuesta institucional y exige acciones concretas para frenar la ola de violencia que los golpea sin tregua. Mientras tanto, en Pivijay, la justicia sigue llegando tarde… o simplemente no llega.
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