Por: Javier Araújo Morelos Colombia no cayó en un gobierno, cayó en una estafa populista. Petro no es el presidente de los pobres, es el emperador del caos. El socialismo de Gustavo Petro no ha traído justicia ni mucho menos la igualdad que tanto pregonaban, sino hambre, violencia y corrupción. Nos vendieron el “Cambio” como …
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El socialismo de Petro: ruina y corrupción disfrazada de revolución

Por: Javier Araújo Morelos
Colombia no cayó en un gobierno, cayó en una estafa populista. Petro no es el presidente de los pobres, es el emperador del caos. El socialismo de Gustavo Petro no ha traído justicia ni mucho menos la igualdad que tanto pregonaban, sino hambre, violencia y corrupción. Nos vendieron el “Cambio” como un despertar revolucionario, pero la única transformación visible es la de un país que se desmorona mientras la casta y crema petrista se llena los bolsillos y consolida su poder a punta de mentiras, miedo y cinismo.
Obtener lo básico hoy es un sueño, en menos de dos años el costo de la canasta familiar se disparó, la gasolina subió más del 50% y el desempleo sigue aumentando sin tregua mientras el gobierno gasta miles de millones en lujos. ¿Cuántos niños podrían haber sido alimentados con los 34.000 millones que la Casa de Nariño despilfarró en viáticos y caprichos presidenciales? Pero en este régimen socialista los sacrificios solo los hacen los de abajo; la élite socialista vive como reyes mientras predican austeridad y justicia social.
Colombia ya no tiene gobierno, tiene una secta gobernante que destruye la economía con decretos irresponsables y persigue al sector productivo como si fuera el enemigo. La inversión extranjera está en fuga, empresas quebradas y capitales huyendo ante un modelo que asfixia a los que generan empleo. El presidente Petro dice que la riqueza es “del pueblo”, pero bajo su mandato, el único pueblo que prospera es el de los burócratas y contratistas de su corte, expertos en saquear al Estado con licitaciones amañadas y nombramientos clientelistas. Y así, mientras el país se empobrece, el crimen crece. Gustavo Petro no ha combatido la violencia, la ha premiado. Su famosa “paz total” no es más que una rendición disfrazada de estrategia. Hoy los secuestradores, extorsionistas y terroristas han vuelto con más fuerza que nunca, porque el mensaje desde Palacio es claro: el delito paga. En el Catatumbo, el Cauca, Nariño y Arauca, las masacres, los asesinatos y el narcotráfico han aumentado sin control. Pero Petro, el comandante supremo del desgobierno no habla de las víctimas, no condena a los criminales, no protege a los ciudadanos. Prefiere acusar al “uribismo”, al “imperialismo”, a la “derecha”, como si fueran ellos quienes disparan en las calles, en los pueblos y secuestran en las carreteras.
El Ejército y la Policía, que alguna vez fueron el bastión contra el terrorismo, ahora son instituciones humilladas por su propio gobierno. ElJefe de Estado ha hecho más por los criminales que por los héroes que arriesgan su vida por el país. Solo por nombrar un par de ejemplo: Desmoralizó a las tropas, debilitó la autoridad y permitió que el hampa se apoderara del territorio. Hoy, el colombiano de bien se siente más indefenso que nunca, mientras el delincuente se siente protegido por un presidente que prefiere pactar con asesinos antes que respaldar a quienes defienden la ley.
Y en el colmo del cinismo, el hombre que se llenó la boca prometiendo acabar con la corrupción terminó siendo su mayor exponente. Nicolás Petro, el hijo del presidente, confesó haber recibido dinero ilegal para la campaña a la presidencia de su papá. Ministros, asesores y aliados han caído en escándalos de contratación amañada, lavado de activos y tráfico de influencias. La maquinaria clientelista funciona a toda marcha, financiada con los impuestos de los mismos ciudadanos que Petro engañó con su discurso demagogo de “limpiar la política”.
Repito sin temor a equivocarme, este no es un gobierno, es una banda de saqueadores con un líder que se cree un redentor intocable. El primer mandatario de Colombia está lejos de estar construyendo un país, lo que en realidad busca es montar una dictadura, y para lograrlo perseguirá periodistas, atacará la oposición y retorcerá la Constitución con tal de aferrarse al poder. Petro Ya ha mostrado sus intenciones: habla de asambleas populares, de reescribir las reglas, de cambiar el sistema. Quiere hacer de Colombia la nueva Venezuela, y si se lo permitimos, lo logrará. Pero el pueblo colombiano no será el esclavo ciego del comunista presidente, esa izquierda radical podrá controlar el aparato estatal, podrá tener legiones de fanáticos y bodegas a sueldo en redes sociales, podrá manipular a un sector de la opinión pública, pero la verdad se impone. Petro no pasará a la historia como el líder de una revolución, sino como el fraude político más grande que ha pisado la Casa de Nariño.
Solo preocupa algo y es: ¿cuánto más daño hará antes de que deje el poder?
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