El sábado 9 de agosto amaneció con música, tambores y sonrisas en Salazar de las Palmas, Norte de Santander. El Festival de Bandas Infantiles llenó de color y alegría las calles, y entre la multitud caminaban orgullosos Isabela Velandia Cristancho, de 10 años, y Danny Stewar Burbano Gauta, de 11, con sus instrumentos listos para …
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El último acto de amor: dos madres se lanzaron al río para salvar a sus hijos, pero ninguno regresó

El sábado 9 de agosto amaneció con música, tambores y sonrisas en Salazar de las Palmas, Norte de Santander. El Festival de Bandas Infantiles llenó de color y alegría las calles, y entre la multitud caminaban orgullosos Isabela Velandia Cristancho, de 10 años, y Danny Stewar Burbano Gauta, de 11, con sus instrumentos listos para representar al Colegio Jean Piaget.
Sus madres, Mariela Cristancho Bautista y Rudi Esperanza Gauta, habían preparado cada detalle para ese día: uniformes impecables, partituras listas y la ilusión de ver a sus hijos brillar en el escenario. Desde las gradas, siguieron con orgullo cada nota, cada paso, cada sonrisa. El festival, que se extendió de 9:00 a.m. a 1:00 p.m., fue una celebración de talento y unión comunitaria.
Al finalizar, con el sol todavía cálido, varias familias de Los Patios procedentes de los barrios Chaparral y La Cordialidad decidieron continuar la jornada con un paseo al río Salazar. Entre risas y conversaciones, el agua parecía tranquila, inofensiva. Los niños jugaban, los adultos charlaban, y el sonido del río se mezclaba con la alegría.
Pero la calma se rompió en segundos. Una creciente repentina sorprendió a todos. La corriente atrapó a Isabela y a Stewar, arrastrándolos sin piedad. Fue entonces cuando Mariela y Esperanza, acompañadas por Gloria Patricia González, se lanzaron al agua sin dudarlo. No hubo tiempo para pensar ni medir el riesgo: solo el instinto más profundo, el amor de madre.
Lucharon contra la fuerza del río con todas sus fuerzas, intentando alcanzar a los pequeños. Pero la corriente fue más fuerte. Los cuatro madres e hijos desaparecieron entre las aguas, unidos en un último acto de amor: dar la vida por sus hijos.
Lo que comenzó como un día de fiesta terminó en un duelo colectivo. Cinco vidas se apagaron y con ellas quedó un vacío imposible de llenar. Sin embargo, la valentía de Mariela y Esperanza quedará grabada en la memoria de su comunidad, como ejemplo del amor más grande y puro que existe.
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