Por : Jose Carlos Negrete Espitia En la playlist de la justicia colombiana, está sonando un vallenato que definirá el rumbo de nuestros derechos fundamentales. Y como en toda canción que trasciende, la elección de los acordes determina si la melodía será armoniosa o desafinada. Hace años prometí, a mí mismo y a mi familia, …
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El vallenato de Camargo y Morales: cuando la justicia despierta su ánima

Por : Jose Carlos Negrete Espitia
En la playlist de la justicia colombiana, está sonando un vallenato que definirá el rumbo de nuestros derechos fundamentales. Y como en toda canción que
trasciende, la elección de los acordes determina si la melodía será armoniosa o desafinada.
Hace años prometí, a mí mismo y a mi familia, no volver a pronunciarme públicamente sobre asuntos políticos. Era un acto de autocuidado, tal vez de
prudencia doméstica. Pero esta coyuntura es distinta. La Corte Suprema de Justicia publicó el listado oficial de 68 aspirantes a la Corte Constitucional, y
entre todos esos nombres, dos figuras han cobrado especial relevancia en el debate público: Carlos Camargo Assis y Viviane Morales, tal como lo reportó El
Espectador el 22 de junio de 2025. Quien sea elegido reemplazará al magistrado José Fernando Reyes Cuartas, cuyo periodo culmina en septiembre. Y es
precisamente ante la magnitud de esa decisión que considero necesario romper mi silencio autoimpuesto, o quizá darme cuenta de que nunca fue absoluto.
Durante los últimos veinticinco años he sido testigo de los vaivenes de nuestra política, con esa paciencia de quienes saben que “las cosas tienen vida propia y todo es cuestión de despertarles el ánima”. He visto cómo las ideas, los egos, las creencias y las togas han danzado en nuestra democracia: una democracia siempre imperfecta, siempre en construcción y siempre resiliente.
Carlos Camargo Assis, a quien alguien sin “racero” llamó anodino, es precisamente lo que necesita hoy la Corte Constitucional: una figura sin
estridencias, de perfil técnico, que sepa cuándo hablar, cuándo escuchar y, más importante aún, cuándo callar. Como el mejor de los directores de orquesta, su arte no está en lucirse, sino en lograr que cada instrumento suene en armonía.
Su paso por la Defensoría del Pueblo no fue decorativo ni de escaparate: acompañó comunidades olvidadas, visibilizó conflictos que otros prefirieron
ignorar y publicó informes serios sobre vulneraciones de derechos humanos durante el Paro Nacional, aun cuando eso implicaría incomodar al poder de
turno. Su estilo no es el del galán de novela, sino como el de su padre ese gran médico que cura sin aspavientos.
Viviane Morales, por el contrario, es una mujer brillante, fogosa en el debate y firme como roca en sus convicciones. Pero esa fuerza, que en otros escenarios sería virtud, no representa la neutralidad que exige la Corte. Su vida política ha estado marcada por un activismo ideológico confesional que, en un Estado laico, suena como caja sin ritmo y sin guacharaca. No se trata solo de opiniones religiosas personales: es un intento constante y sistemático de transformar dogma en doctrina legal, de convertir el púlpito en estrado judicial. Su cruzada y uso de la palabra con toda la carga medieval que implica ha buscado revertir conquistas sociales como quien pretende devolver el Sinú a su cauce original, ignorando que las sociedades, como las aguas de este río , siempre fluyen hacia adelante.
En la Corte Constitucional no necesitamos gladiadores mediáticos ni predicadores de causas particulares. Necesitamos juristas que comprendan que
la Constitución no es un catecismo ni un manifiesto político, sino el gran acuerdo nacional que nos permite convivir en la diferencia. Magistrados que entiendan que su papel no es imponer verdades reveladas, sino interpretar con prudencia y sabiduría los principios que nos gobiernan.
La elección de Camargo sería una apuesta por la mesura institucional, por la técnica jurídica sobre la pasión ideológica, por la armonía sobre la tempestad,
por la Constitución sobre la cruzada. En tiempos de polarización, la neutralidad no es tibieza: es sabiduría institucional apropiada. En términos simples es lo correcto.
La Constitución es como el vallenato de Leandro: no canta verdades únicas, sino historias que nos enseñan a vivir juntos.
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