Francisco: el Papa que nos devolvió el rostro humano de la Iglesia

Por: Edgardo Miguel Espitia Cabrales Hoy, las campanas de Roma doblan por Francisco. No despedimos solo a un Papa; despedimos al hombre que le devolvió a la Iglesia su rostro más humano, más compasivo, más valiente. Desde aquel primer “Buonasera” en 2013, supe que algo había cambiado. Francisco no vino a ocupar un trono, vino …
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Por: Edgardo Miguel Espitia Cabrales

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Hoy, las campanas de Roma doblan por Francisco. No despedimos solo a un Papa; despedimos al hombre que le devolvió a la Iglesia su rostro más humano, más compasivo, más valiente.

Desde aquel primer “Buonasera” en 2013, supe que algo había cambiado. Francisco no vino a ocupar un trono, vino a servir. Su factor diferencial no fue solo su origen latinoamericano ni su sencillez, sino su forma de vivir el Evangelio con radical cercanía. Escuchó a las víctimas, denunció los abusos, se enfrentó al clericalismo y pidió una Iglesia que no se encierre, sino que salga al encuentro.

No temió hablar de lo que incomodaba. Puso en el centro a los olvidados, hizo espacio para quienes no encontraban lugar. Nos recordó que la fe no es solo doctrina, es compasión activa, es ternura que transforma.

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Francisco también nos dejó una herencia profética: su defensa de la Tierra como casa común. Con “Laudato Si” nos hizo ver que cuidar del planeta es un acto de fe y de justicia. Nos habló de ecología integral, de la conexión entre el grito de los pobres y el grito de la Tierra. En un mundo que consume y descarta, él insistió en el valor de lo sencillo, lo sostenible, lo fraterno.

Y cómo olvidar su voz firme pero amorosa al hablar de los jóvenes y la familia. A los jóvenes les pedía que no se dejaran robar la esperanza, que hicieran lío, que se involucraran, que soñaran a lo grande. Los hizo sentir parte viva de la Iglesia, protagonistas del presente, no solo del futuro. Y con las familias fue claro: no hay modelo perfecto, pero sí hay amor verdadero. Nos enseñó que Dios habita en la mesa compartida, en los abrazos después de las heridas y en el perdón que vuelve a empezar.

Lo vimos orar solo bajo la lluvia en plena pandemia, abrazar migrantes, bendecir sin distinción, caminar con el pueblo hasta el último aliento. Su última bendición, débil pero luminosa, fue el acto final de una vida entregada.

Francisco fue el Papa que rompió moldes, que habló con el corazón, que se bajó del balcón para caminar con nosotros. Su legado nos compromete: no podemos volver atrás.

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“Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse”.
Gracias, Santo Padre. Usted nos enseñó que ser Iglesia es, ante todo, ser cercanos.

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