Javier De La Hoz Rivero
Ghibli y el lado ambiental: datos detrás de la tendencia de imágenes por IA

@javierdelahoz20

Hace unos días, mientras jugaba con mi hijo, nos sumamos a una de las tendencias más virales del momento: generar imágenes con inteligencia artificial, Probamos distintos estilos visuales, entre ellos uno inspirado en el universo estético de Studio Ghibli. Lo hicimos por curiosidad, como millones de personas en todo el mundo, en segundos, el sistema interpretaba nuestras frases y nos devolvía paisajes fantásticos, personajes animados y atmósferas de cuento, fue divertido, casi mágico, pero al terminar, no pude evitar preguntarme: ¿qué hay detrás de cada una de esas imágenes? ¿Qué implica, en términos reales, generar cientos de millones de archivos gráficos que se producen, consumen y comparten en tiempo récord?
La respuesta, como suele ocurrir con la tecnología, no está en lo visible, sino en lo que pasa detrás del clic, según estimaciones de analistas especializados y medios internacionales que siguen de cerca el desarrollo de herramientas como ChatGPT, DALL·E y Midjourney, durante la última semana se generaron más de 200 millones de imágenes con inteligencia artificial en todo el mundo. Un récord absoluto. Lo interesante —y también preocupante— es que este tipo de actividad, que parece liviana y digital, tiene una carga energética y ambiental muy concreta.
Cada imagen generada por IA puede consumir entre 0,01 y 0,2 kilovatios hora (kWh), dependiendo del modelo utilizado, la complejidad de la imagen y la infraestructura detrás, aunque parezca poco por unidad, el volumen cambia la ecuación. Si aplicamos esos rangos al total de imágenes generadas en esta tendencia reciente, hablamos de entre 2 y 40 millones de kWh consumidos en apenas cinco días.
Para que estas cifras cobren sentido: 40 millones de kWh es suficiente para abastecer durante un mes a más de 65.000 hogares promedio en América Latina, según cifras del Banco Mundial, también podría alimentar toda la demanda eléctrica de una ciudad como Montería, Manizales o Popayán durante dos semanas continuas. Es, en esencia, un uso intensivo de energía comparable al de un evento masivo o un clúster industrial.
Este consumo energético no ocurre en el vacío, toda la electricidad que se consume genera, directa o indirectamente, emisiones de gases de efecto invernadero, aplicando los factores de emisión de la Agencia Internacional de Energía, el total de CO₂ liberado a la atmósfera por esta tendencia específica se calcula entre 8.000 y 20.000 toneladas; para entender mejor este impacto: esas emisiones son equivalentes a lo que generan más de 4.300 automóviles durante un año, o a las emisiones combinadas de 35 vuelos comerciales transatlánticos de ida y vuelta.
Pero el consumo energético no es el único dato relevante. La infraestructura que hace posible la inteligencia artificial funciona en grandes centros de datos —espacios físicos reales— que necesitan mantenerse refrigerados. Y para eso se requiere agua, múltiples estudios, incluyendo uno publicado por la Universidad de California y citado por National Geographic, indican que una sola interacción con IA —por ejemplo, un chat de unas 100 palabras— puede utilizar entre 500 y 1000 ml de agua, necesaria para enfriar los servidores durante el procesamiento. Cuando se trata de imágenes, que requieren más cómputo y más recursos, esa cifra aumenta considerablemente, multiplicado por cientos de millones de generaciones, estamos hablando de millones de litros de agua utilizados de forma indirecta, muchas veces en regiones donde el agua escasea o ya está en disputa.
La pregunta inevitable es: ¿esto significa que no deberíamos usar IA? La respuesta es no. No se trata de alarmismo,la inteligencia artificial es una herramienta valiosa, que está transformando la forma en que trabajamos, aprendemos, creamos y resolvemos problemas puede ayudarnos a optimizar procesos, a diseñar mejores políticas públicas, a combatir el cambio climático con datos, puede incluso ayudarnos a encontrar nuevas soluciones energéticas;pero como cualquier herramienta poderosa, necesita ser gestionada con criterio, responsabilidad y conciencia.
Soy un convencido del valor de la inteligencia artificial. Su capacidad para generar contenido, modelar escenarios, apoyar decisiones o incluso crear arte, es indiscutible, pero también creo que no podemos seguir utilizando estas tecnologías sin mirar su huella, y es que todo uso masivo de recursos, por más silencioso que parezca, tiene consecuencias, no debemos caer en el error de pensar que lo digital no contamina, esa es una idea falsa y peligrosa. Las operaciones digitales también consumen energía, materiales, espacio físico y agua, las “nubes” donde vive la IA son enormes centros de datos distribuidos por el mundo, que requieren infraestructura eléctrica, redes de comunicación y cadenas de suministro complejas.
En este contexto, las empresas tecnológicas tienen una responsabilidad clara: informar con precisión su consumo energético, su huella hídrica y su matriz de energía, algunas, como Google y Microsoft, ya han avanzado en este camino, comprometiéndose a operar con energía renovable y alcanzar neutralidad de carbono, no obstante en otras plataformas aún no dan información clara sobre su impacto ambiental. Como usuarios, consumidores o profesionales, tenemos derecho a exigir transparencia, a preguntar de dónde viene la energía que usamos y qué se está haciendo para compensar sus efectos.
Como sociedad, debemos entender que la sostenibilidad no es solo un asunto de reciclaje o transporte, también es un asunto digital. Cada vez que generamos una imagen, activamos una cadena de procesos que implica consumo real, cada clic tiene peso, y si vamos a construir el futuro con inteligencia artificial, debemos hacerlo de forma responsable, sabiendo que el planeta también está conectado a ese sistema.
Esta columna no busca asustar ni criticar el uso de la tecnología, busca abrir una conversación basada en datos. Si millones de personas pueden generar imágenes en segundos, también podemos generar consciencia, si millones de procesos digitales se activan con una frase, también podemos activar políticas más sostenibles. La inteligencia artificial es parte del futuro. Pero el futuro también necesita energía limpia, agua suficiente y decisiones conscientes.
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