¿Periodismo cultural o folclorismo funcional?

Por Ana Paola Martínez de la Ossa
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Es triste ver cómo se desdibuja localmente lo que debería ser el serio ejercicio del periodismo cultural. Por supuesto, existen excepciones, pero sí hay que reconocer que la tendencia es reducirlo a caricatura, a tendencias, a los nombres de siempre.

Se confunde el maravilloso y formativo ejercicio del periodismo cultural con la promoción, el festín, el aplauso fácil, el folclorismo y la instrumentalización de la cultura.

A veces se nos olvida que folclorizar no es lo mismo que valorar la cultura popular. Folclorizar es reducir las manifestaciones culturales a estereotipos, a lo pintoresco, a lo que sirve para adornar discursos vacíos o legitimar intereses de unos pocos. Uno de sus efectos más nocivos es la exotización: convertir a las personas, a los territorios y sus expresiones en objetos, en vitrinas de lo “típico”, negándoles profundidad, conflicto y transformación. Por eso es tan urgente repensar cómo estamos narrando lo cultural.

Es lamentable que localmente sigan endiosándose figuras que con artimañas hacen creer que son sólidos sus aportes culturales. ¿Dónde están sus productos? ¿Dónde está la agenda cultural que documentan? ¿Qué hay detrás de los eventos que montan cada año? Va uno a preguntarle a los verdaderos hacedores de literatura y de cultura, y saben mejor que nadie esos secretos bien guardados que sostienen los altares de esas figuras convertidas en referentes sin sustancia.

Como bien ha dicho el escritor, ensayista y connotado periodista cultural español Jorge Carrión: “No hay opiniones que no sean de un modo u otro políticas. Todo es político. Todos los gestos, también los de silencio.”

Y ese silencio, en este caso, dice mucho.

Ojalá sacaran tiempo para poner a sonar, de verdad, el latido de la cultura viva. Pero están tan ocupados en cargar a cuestas a sus pequeños y cerrados círculos, en posar para la foto en redes, que simplemente no lo ven. Quienes deberían ser contadores con rigor y sensibilidad se han olvidado de la riqueza creativa de nuestros pueblos, por dedicarse a construir una plataforma personal y política para sus relaciones públicas.

Lo cierto es que mientras tanto en los barrios, corregimientos y veredas están emergiendo apuestas culturales potentes que seguro buscarán la forma de hacerse notar. Entre estas, se destaca la vital agenda cultural de los colectivos LGBTI, que también es grande y poco cubierta. Iniciativas como la de Caribeñxs y su blog representan otra esperanza: ante la ausencia de periodistas culturales que narren sus procesos, el colectivo, con autonomía admirable, creó su propio espacio para contar sus historias, reafirmando que la cultura no tiene género, no se detiene ni espera a ser reconocida.

Por otro lado, vale la pena mencionar que recientemente Álex(a) Galván, investigador social cordobés, estuvo nominado a los Premios Gabo, un logro enorme que pasó desapercibido en los medios de comunicación regionales. Galván ha venido trabajando en la construcción de memorias y en la cobertura de conflictos socioambientales, con una mirada profundamente sensible centrada en el dolor de la naturaleza. ¿Cómo es posible que algo tan significativo no haya tenido ni una sola nota en los medios de comunicación de la región?

Están levantando la mano jóvenes que hacen cine sin recursos, artistas que se fueron lejos y que se acostumbraron a que en su tierra no se hable de ellos, procesos de memoria desde la música, la danza y el grafiti, autores y autoras que construyen su propia y diversificada agenda cultural más allá del lobby político-cultural que se encierra en un salón de eventos de un hotel de la ciudad.

Ese crecimiento tiene que encontrar el espacio que merece en los medios locales. No porque no haya quien lo cuente, sino porque no hay voluntad de contarlo con profundidad, contexto y crítica, y claro que se necesita.

Y es que hacer periodismo cultural no es darle bombo a todo lo que suene bonito. Ya es hora de empezar a interrogar las narrativas impuestas, de rastrear los procesos comunitarios que están fuera del radar, de ponerle rostro a la resistencia de artistas y gestores culturales que no tienen padrinos ni cargos públicos.

No puede seguir sucediendo que, mientras algunos reciben todos los reflectores, otros permanezcan en la sombra. A los periodistas se nos volvió paisaje el oficio y nos da pereza repensarlo. Todavía podemos salir a buscar a las fuentes y descentrar el relato. El periodismo cultural no puede seguir siendo una “vitrina típica”; tiene que recuperar su papel como puente, como archivo, como memoria. Seguro las nuevas generaciones de periodistas están notando esto y están pensando cómo hacerlo mejor que nosotros. Una esperanza en medio de todo.

Narrar con responsabilidad es hacer memoria y justicia simbólica, y ya va siendo hora de hacerlo.

P. D. Nunca me ha convencido ese formato de columnas culturales con la foto del autor en tamaño protagonista. La palabra debería bastar. Pero bueno, agradezco los espacios que me permiten publicar estas ideas, aun cuando no comparto el empaque de moño gigante.

  


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