¿Prohibir o educar? El dilema de las corridas y corralejas en Colombia

Raúl Antonio Aldana Otero
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En Colombia, el debate sobre las corridas de toros y las corralejas vuelve a encenderse cada tanto, generando opiniones divididas entre quienes las ven como parte de una tradición cultural y quienes las consideran una expresión inaceptable de crueldad animal. Ante esto, surge una pregunta legítima: ¿no sería más democrático permitir que la sociedad abandone estas prácticas por conciencia, en lugar de prohibirlas por ley o por decreto?

A primera vista, la idea suena sensata. La democracia, al fin y al cabo, debería basarse en el respeto a la diversidad de opiniones, tradiciones y formas de vida. Imponer por ley la desaparición de una práctica puede percibirse como autoritario, especialmente si aún cuenta con algún nivel de respaldo social. Además, un cambio cultural profundo y duradero no se logra solo con prohibiciones: requiere educación, reflexión y transformación interna.

Sin embargo, también hay límites que una democracia debe trazarse. Las libertades individuales y culturales no pueden estar por encima de principios éticos fundamentales, como el rechazo a la violencia y al sufrimiento innecesario. La historia lo demuestra: la abolición de la esclavitud, la erradicación del trabajo infantil, la ampliación de derechos civiles… todos estos cambios éticos se dieron porque el Estado asumió su responsabilidad moral, incluso cuando parte de la sociedad no estaba lista.

En ese sentido, prohibir las corridas de toros o las corralejas no es un acto antidemocrático. Por el contrario, puede ser una señal de madurez institucional, donde la compasión y el respeto por la vida no humana empiezan a formar parte del marco ético del país.

Eso sí, la prohibición no debe ir sola. Debe ir acompañada de pedagogía, alternativas culturales y diálogo con las comunidades. No se trata de imponer por la fuerza, sino de abrir caminos hacia una identidad cultural más empática, creativa y evolutiva.

Porque una sociedad verdaderamente democrática no es solo la que permite votar, sino la que protege a los más vulnerables, aunque no hablen, aunque no marchen. Incluso si tienen cuatro patas y una mirada que aún no sabemos traducir del todo.

  


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