EL PERIODISMO EN MONTERÍA ESTÁ ENVEJECIENDO… ¿O YA SE MURIÓ?

Por: Alex Ortega En Montería ya no hablamos de un periodismo que envejece. Hablamos de un periodismo que agoniza. Que sigue vivo solo por inercia. Porque lo que uno ve en la calle, en los medios, en las cabinas de radio, no es periodismo de verdad. Es eco. Es repetición. Son los mismos formatos, los
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Por: Alex Ortega

En Montería ya no hablamos de un periodismo que envejece. Hablamos de un periodismo que agoniza. Que sigue vivo solo por inercia. Porque lo que uno ve en la calle, en los medios, en las cabinas de radio, no es periodismo de verdad. Es eco. Es repetición. Son los mismos formatos, los mismos rostros, las mismas fórmulas viejas disfrazadas de actualidad.

Y no me lo invento. Cada año, entre la UPB, la Universidad del Sinú, la Universidad Cooperativa y otras instituciones, se gradúan cerca de 200 estudiantes de Comunicación Social en Montería. Pero ¿cuántos están haciendo periodismo real? ¿Cuántos pisan la calle? ¿Cuántos hacen reportería? ¿Cuántos se atreven a cuestionar, a denunciar, a contar lo que incomoda? La respuesta es dolorosa: menos del 10 %.

Los demás terminan haciendo contenido corporativo, manejando redes, haciendo “comunicaciones institucionales” que no son más que boletines con maquillaje. Y ojo, no es que eso esté mal. Es que eso no es periodismo. Es una forma de sobrevivir cuando el oficio, el verdadero, no da ni la oportunidad ni el respaldo para crecer. Es el resultado de un ecosistema que no se renueva, que no crea espacios para el relevo generacional, que opera como un club cerrado donde entrar sin apellido o padrino es casi imposible.

Pero lo más grave es el miedo. El miedo a la calle. El miedo al micrófono. Y no es un miedo gratuito. Aquí en Montería se mata por decir la verdad. No hay que ir muy lejos: Clodomiro Castilla, periodista crítico, fue asesinado en 2010 por atreverse a hablar de paramilitarismo y corrupción. Su caso quedó como una advertencia silenciosa que muchos entendieron: si vas a hablar fuerte, más te vale tener respaldo o estar dispuesto a jugártela toda.

Ese miedo se transformó en autocensura. En rutina. En conformismo. El periodista de escritorio es la nueva figura de moda. El que lee comunicados desde una cabina sin despeinarse. El que informa sin incomodar. El que prefiere una foto en redes con el funcionario de turno antes que una crónica sobre lo que pasa en los barrios donde la prensa no llega. Ese no es periodismo, es relaciones públicas disfrazadas.Y mientras eso pasa, los jóvenes con ideas nuevas se aburren. Se frustran.

Algunos se van. Otros se reinventan desde las redes sociales, desde un canal de YouTube, desde un pódcast grabado en su habitación. Hacen periodismo sin tener el nombre encima, pero con las ganas que ya no se ven en muchos medios “formales”. Porque ahí está el detalle: lo formal ya no garantiza calidad. Solo garantiza silencio.

¿Dónde está el periodismo que camina, que se ensucia los zapatos, que hace fila en la E.S.E. para entender cómo funciona el sistema de salud en los barrios?

¿Dónde están las investigaciones sobre contratación amañada, sobre los concejos municipales que funcionan como fortines familiares, sobre la vida rural olvidada de Córdoba? No están. Porque eso no da pauta. Porque eso no cae bien. Porque eso incomoda.

Y es que el sistema también falla desde la base. La cobertura universitaria en Córdoba apenas llega al 27 %, muy por debajo del promedio nacional. La deserción es altísima: más del 30 % de los que empiezan no terminan. Y los que sí terminan, salen a una realidad donde no hay plazas, no hay sueldos dignos, no hay medios abiertos a nuevas voces. Entonces el oficio muere antes de nacer. No por falta de talento, sino por falta de oportunidades reales.

Así que no. El periodismo en Montería no está envejeciendo. Está estancado. Está asustado. Y en muchos casos, está vendido. Pero no todo está perdido. Hay jóvenes con hambre, con fuego, con ganas de contar historias. Lo que falta es que

alguien les suelte el micrófono. Que los medios se arriesguen a abrir espacios sin miedo al cambio. Que la ciudad entienda que, sin periodismo libre, todo lo demás se llena de ruido.

Porque una Montería sin periodismo real es una Montería sin espejo. Sin memoria. Sin verdad

  


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