Por: Alex Ortega Montería no puede seguir fingiendo que esto no nos duele. Lo de Karina y Alana no es una historia de redes ni una tendencia del momento, es una herida abierta, una prueba más de lo rota que está nuestra relación con aquello que no puede hablarnos con palabras, pero sí con amor.
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Karina y Alana: voces que no vuelven, injusticias que duelen

Por: Alex Ortega
Montería no puede seguir fingiendo que esto no nos duele. Lo de Karina y Alana no es una historia de redes ni una tendencia del momento, es una herida abierta, una prueba más de lo rota que está nuestra relación con aquello que no puede hablarnos con palabras, pero sí con amor. Karina, una perrita mestiza de la vereda Las Babillas, fue brutalmente atacada por tres hombres que, sin razón ni corazón, la golpearon con un machete, le fracturaron la mandíbula y la dejaron tirada como si su vida no valiera nada. No era una perra callejera; tenía nombre, tenía casa, tenía humanos. Alana, una gatita de apenas seis meses, también fue víctima de la crueldad. Le destrozaron el rostro con una varilla metálica y, a pesar de los intentos médicos, murió el 1 de agosto. Sí, murió. Porque a veces la maldad humana pesa más que cualquier tratamiento veterinario.
Hoy escribo con dolor, con rencor y con pesar. Y sé que esta columna no será objetiva, pero no me importa. Les pido disculpas a quienes me leen cada semana buscando análisis o crítica con cabeza fría, pero hoy escribo desde el alma, desde esa parte rota, triste y vacía que me obliga a preguntarme: ¿dónde vamos a parar como sociedad?, ¿dónde está nuestra cultura?, ¿qué legado les vamos a dejar a nuestros hijos si seguimos normalizando la crueldad?, ¿qué se le pasa por la mente a alguien que maltrata así a un animal? Me gustaría sentarme frente a uno de esos tipos y preguntarle mil cosas. No sé si sería capaz de hablar sin rabia, sin juzgar, pero sí sé que lo haría, porque necesito entender lo que no tiene explicación. No entiendo cómo alguien puede mirar a un perro o a un gato indefenso y decidir hacerle daño, cómo puede actuar con tanta frialdad, cómo puede vivir tranquilo después de eso.
Perdón si sueno exagerado, pero cada palabra que escribo me sale con lágrimas. Y no lo digo por drama, lo digo porque siento una impotencia que me quema. No es justo que sigamos viendo cómo le hacen daño a quienes no pueden defenderse, y lo tratemos como si fuera algo menor, como si fuera un caso más. No, no es un caso más. Es un síntoma de lo mal que estamos.
Y quiero hacer una claridad que me parece fundamental: esto no es culpa del gobierno local. No señor. Si algo hay que reconocer, es que el alcalde Hugo Kerguelén ha estado del lado de los animales desde el primer día. No lo digo para quedar bien ni para hacerle propaganda, lo digo porque lo he visto y porque es cierto.
Desde que asumió el cargo ha impulsado campañas de rescate, vacunación, adopción y esterilización. Ha hablado con claridad del respeto por los animales, y cuando ocurrió lo de Karina no se quedó callado; activó rutas jurídicas, trajo especialistas forenses veterinarios, exigió justicia y acompañó el proceso. Lo mismo ocurrió con el caso de Alana: se pronunció, se denunció y se actuó. No hubo silencio ni evasivas, y eso, en este país donde casi todo se deja pasar, ya es decir mucho. Pero también es cierto que ninguna administración puede sola si la gente no cambia, si seguimos creyendo que un animal es un objeto, algo desechable, algo que se puede golpear o abandonar sin consecuencias, entonces no hay programa que alcance, no hay ley que funcione ni funcionario que aguante.
Karina sigue viva. Está en recuperación, poco a poco. Pero eso no es suficiente, porque lo que ella vivió no se borra con una cirugía ni con una bolsa de suero. Alana, en cambio, ya no está. Y eso duele más de lo que cualquiera se imagina. Murió sin entender por qué, murió por culpa de alguien que todavía respira libre y sin consecuencias. Y no, no me voy a quedar callado. Porque los animales también sienten: sienten miedo, sienten dolor, y lo más duro, sienten confianza. Y aun así los traicionamos.
Sí, tenemos leyes. Está la Ley 1774, hay rutas legales, hay un fiscal activo en Montería y procesos en marcha. Pero todo eso es insuficiente si como sociedad seguimos justificando lo injustificable, si seguimos tratando estas historias como problemas “de animalistas” o como hechos aislados. Esto no es de animalistas, esto es de humanidad, de valores, de conciencia, de respeto. Esto es un tema de todos.
Yo no quiero que Karina se convierta en una estadística ni que Alana quede en el recuerdo triste de una publicación vieja. Quiero que sus nombres duelan, que incomoden, que despierten a la gente. Quiero que cada persona que haya maltratado a un animal sienta la presión social, el rechazo de la comunidad, la fuerza de la ley y, sobre todo, la vergüenza de haber perdido la humanidad. Sí, quiero que paguen. Porque no se puede ser un monstruo y caminar por la calle como si nada. No podemos permitirlo.
A quienes han llorado con estas historias, los abrazo. A quienes han actuado, los reconozco. Y a quienes aún no entienden por qué esto importa, les digo algo sencillo: el día que seamos capaces de proteger al más indefenso, ese día, y solo ese día, podremos decir con orgullo que somos una sociedad que vale la pena. A ti, Karina, gracias por resistir. A ti, Alana, perdón por no haber llegado a tiempo. Que tu nombre no se olvide nunca.
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