La era de la autenticidad forzada

Por: Alex Ortega En redes sociales se repite una consigna que parece incuestionable: hay que mostrarse auténtico, tal cual somos, sin máscaras ni poses, porque lo que realmente conecta con el público es lo genuino. Sin embargo, basta con navegar unos minutos en TikTok o Instagram para descubrir que esa supuesta autenticidad se ha transformado
La entrada La era de la autenticidad forzada se publicó primero en RÍO NOTICIAS.

Por: Alex Ortega

En redes sociales se repite una consigna que parece incuestionable: hay que mostrarse auténtico, tal cual somos, sin máscaras ni poses, porque lo que realmente conecta con el público es lo genuino. Sin embargo, basta con navegar unos minutos en TikTok o Instagram para descubrir que esa supuesta autenticidad se ha transformado en una coreografía cuidadosamente ensayada, donde lo “espontáneo” se planifica con la misma precisión que un comercial televisivo.

Ese video en el que alguien aparece “recién despertando”, con el cabello estratégicamente revuelto, sosteniendo una taza de café en perfecta alineación con el rayo de luz que entra por la ventana, no es fruto del azar. Detrás de esa imagen idílica hay repeticiones, ajustes de encuadre, control de iluminación y un montaje que, paradójicamente, busca simular lo natural. Así, la autenticidad se ha convertido en una estética más, una moda que se consume y se replica como cualquier otra tendencia digital.

Las marcas son plenamente conscientes de este fenómeno. Saben que un producto que aparece de manera casual, en medio de una conversación aparentemente improvisada, resulta mucho más persuasivo que cualquier pieza publicitaria tradicional. La naturalidad calculada vende, porque el espectador la percibe como cercana y creíble, aunque su origen sea tan planificado como una campaña de marketing de gran presupuesto.

No obstante, sería injusto reducir este fenómeno únicamente a una estrategia comercial. Muchos creadores terminan adaptándose a esta fórmula por una razón muy sencilla: el algoritmo premia lo que parece real y penaliza lo que luce excesivamente producido. De este modo, el consejo “sé tú mismo” deja de ser un recordatorio amistoso y se convierte en una obligación dictada por la lógica de las plataformas. La vida se vive para mostrarla, y cada instante pasa por el filtro mental de “¿funcionará esto en redes?”.

El resultado es una delgada línea entre la vida cotidiana y el contenido, un territorio ambiguo donde creemos estar viendo la intimidad de alguien, pero en realidad observamos la versión editada y cuidadosamente curada que esa persona considera atractiva para su audiencia. No hay nada intrínsecamente malo en cuidar la forma en que nos mostramos, pero el problema surge cuando lo planeado se presenta como genuino, borrando los límites entre lo verdadero y lo representado.

En este escenario, lo auténtico deja de ser un valor intrínseco y pasa a ser un recurso estratégico. Se convierte en un guion más dentro del gran teatro digital, una fórmula que repite gestos, encuadres y frases hasta volverlos predecibles. Y aunque el público crea que está consumiendo realidad, muchas veces no es más que una ficción cuidadosamente disimulada.

En redes, lo auténtico vende, pero si hay que ensayarlo varias veces, controlar la luz y retocarlo con un filtro casi imperceptible, quizás dejó de ser auténtico y se convirtió en lo que en realidad es: una puesta en escena tan pulida que resulta invisible.

  


¿Tienes historias sobre Montería?

Comparte tus experiencias o perspectivas únicas en forma de historias y forma parte de nuestra narrativa, únete a nuestro equipo de creadores de contenido y contribuye a dar forma nuestra cultura raizal.