Ucrania vivió en la madrugada del 9 de julio uno de los ataques aéreos más intensos desde el inicio de la guerra, con un récord de 728 drones lanzados por Rusia, además de misiles balísticos e hipersónicos. El ataque, que se extendió hasta el oeste del país —incluso cerca de la frontera con Polonia—, dejó al menos una persona herida en Kiev y varios daños en ciudades como Lutsk, Lviv y Zaporizhia. A pesar de que la mayoría de los drones fueron interceptados por las defensas aéreas ucranianas, algunas regiones reportaron destrucción de infraestructura industrial y residencial.
En paralelo, Ucrania respondió con un ataque sobre la región rusa de Kursk, que dejó tres muertos y varios heridos, incluido un niño. Moscú acusa a Kiev de haber dirigido drones y explosivos hacia zonas civiles, incluyendo un hospital en Rylsk. Estos hechos ocurren en medio de la intensificación de las ofensivas cruzadas, con nuevas operaciones ucranianas en territorio ruso que han reactivado tensiones en la región fronteriza.
Mientras tanto, el mandatario estadounidense, Donald Trump, evalúa el envío de sistemas de defensa aérea Patriot a Ucrania, como parte de una nueva estrategia ante lo que calificó como una “decepción” con la actitud de Vladimir Putin frente a un posible alto el fuego. Aunque no se ha confirmado oficialmente el envío de los misiles, fuentes cercanas indican que Washington podría entregar hasta diez interceptores. Por su parte, el papa León XIV ofreció al presidente Volodímir Zelenski albergar conversaciones de paz en el Vaticano, en un intento por allanar el camino hacia una solución negociada.
