Yerimar: la madre que transforma la adversidad en el ingrediente principal de su negocio

Por: Emilio Gutiérrez Yance Calles que palpitan con el intercambio constante de historias y anhelos, esquinas que susurran secretos de esfuerzo y supervivencia, comercios que despiertan antes del sol para dar vida al barrio. Allí, en la avenida Buenos Aires de El Bosque en Cartagena, entre la sinfonía incesante de voces y risas que se
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Por: Emilio Gutiérrez Yance

Calles que palpitan con el intercambio constante de historias y anhelos, esquinas que susurran secretos de esfuerzo y supervivencia, comercios que despiertan antes del sol para dar vida al barrio. Allí, en la avenida Buenos Aires de El Bosque en Cartagena, entre la sinfonía incesante de voces y risas que se mezcla con el aroma a fritos y frutas maduras, Yerimar Escarle Noguera Manaure, una mujer de 37 años con la mirada llena de determinación, teje sueños y transforma las dificultades en jugo fresco y esperanza.

Ella no es solo una vendedora ambulante; es una madre coraje. Con su carrito improvisado, prepara jugos naturales y, sobre todo, jugos afrodisíacos, mezclas mágicas de frutas y hierbas que, según dicen sus clientes, despiertan el cuerpo cansado, alegran el corazón y hasta encienden la ilusión del amor. Quien prueba un vaso de sus brebajes jura que no solo calma la sed, sino también las penas.

Hace nueve años, cuando la crisis venezolana se volvió un huracán que arrasó con todo, Yerimar tomó la decisión más dura: dejar su tierra. Cruzó fronteras con el corazón apretado y la esperanza de salvar a su hijo menor, Juan Diego, que entonces apenas empezaba a batallar contra una enfermedad en el colon. Llegó a Cartagena con las manos vacías, pero con un equipaje invisible hecho de fe y coraje.

Los primeros días fueron crueles: el suelo le sirvió de cama y la soledad le hizo de almohada. Pero la adversidad nunca pudo quebrar su espíritu. Con esfuerzo casi milagroso, construyó su carrito de jugos, que pronto se volvió un oasis de colores en la Avenida Buenos Aires del barrio El Bosque. Allí no solo vende bebidas refrescantes, sino que también reparte sonrisas y un poco de esa fuerza que la mantiene de pie.

Un día, el destino la puso a prueba de nuevo. Mientras ofrecía sus jugos en la Avenida Crisanto Luque, un taxi la arrolló. Quedó tendida en el asfalto, como un fruto golpeado, pero no se rindió. “Estoy viva”, se repitió entre lágrimas y magulladuras, y volvió a levantarse. Desde entonces, cada vez que aprieta la palanca de su carrito, siente que aprieta también la vida, negándose a dejarla escapar.

En su casa del barrio Manzanares la esperan sus tres tesoros: Yerianis Alejandra, de 15 años; Albany Sofía, de 14; y el pequeño Juan Diego, de 8, cuya enfermedad exige cuidados médicos constantes. También vive allí su madre, Doña Gloimar, una mujer de 60 años que, pese a la hipertensión y la diabetes, se convierte en el corazón que late detrás de la familia, cuidando a los nietos mientras Yerimar lucha en la calle.

Cada madrugada, antes de que el cielo claree, Yerimar enciende la licuadora de sus sueños. Pica frutas, mezcla sabores y prepara el carrito que será su batalla del día. Sus jugos afrodisíacos, con maracuyá, borojó, miel, banano y hasta hierbas secretas, viajan en vasos plásticos hasta las manos de obreros, mototaxistas y vecinos que, entre sorbo y sorbo, sienten renacer las ganas de seguir.

Un gesto inesperado la marcó para siempre: en uno de sus cumpleaños, un policía se acercó a su carrito con una torta y una sonrisa. Aquella pequeña celebración, sencilla pero sincera, le recordó que no estaba sola, que incluso en medio de la adversidad hay manos amigas dispuestas a sostenerla. Desde entonces, agradece a la policía del departamento de Bolívar, quienes, más allá de su labor, han sido abrigo y compañía en un entorno a veces hostil.

El gran anhelo de Yerimar no es riqueza ni fama: es ver a sus hijos crecer felices, libres de la enfermedad y de la pobreza que tanto la persigue. Su historia es la de una mujer que aprendió que la vida puede golpearte hasta dejarte sin aliento, pero también enseñarte a respirar más fuerte.

Hoy, su carrito de jugos afrodisíacos no es solo un medio de sustento: es un símbolo de resistencia, un altar sencillo donde se celebra a diario la perseverancia y el amor. En medio de los sabores tropicales que ofrece, Yerimar sirve también un mensaje: que la esperanza, cuando se mezcla con la valentía, nunca se agota.

  


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