La herida invisible de los padres ausentes

Por: Mariangela Del Rosario Hay ausencias que no se nombran, pero pesan. Son huecos que no hacen ruido, pero crujen por dentro. Ser hijo de un padre ausente es caminar acompañado por una sombra incompleta, una figura borrosa que se intuye más de lo que se conoce. Hay padres que se fueron porque la vida …
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Hay ausencias que no se nombran, pero pesan. Son huecos que no hacen ruido, pero crujen por dentro. Ser hijo de un padre ausente es caminar acompañado por una sombra incompleta, una figura borrosa que se intuye más de lo que se conoce. Hay padres que se fueron porque la vida los arrancó sin pedir permiso, y hay otros que, aun vivos, no supieron cómo estar. La diferencia entre ambos es el amor que alcanzaron a dejar: unos se llevaron el cuerpo, los otros no hallaron el camino para ofrecer el alma.

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Cuando mi hijo era pequeño, cada Día del Padre era especial porque estaba mi padre presente, y ocupaba como abuelo todo el espacio vacío. El momento triste fue aquel en que empezó a faltar. Para la fecha, mi hijo tenía 10 años y no solo fue una pérdida invaluable de su figura paterna, sino también su primera despedida definitiva de un ser amado. Ahí supe que hay silencios que quiebran más que los gritos, y que hay ausencias que duelen doble: por las que no vuelven y por las que nunca llegaron del todo.

A veces me pregunto qué es más difícil: perder a quien te sostuvo o crecer sin quien no supo hacerlo. Mi padre murió, pero amó. Otros simplemente no pudieron ser el refugio que se esperaba. Están vivos, pero distantes. Tal vez no por falta de amor, sino por miedo, por heridas propias, por no saber cómo habitar ese rol que nunca entendieron del todo.

Y sin embargo, el alma de los niños crece buscando razones. Buscan figuras donde hubo vacío, abrazos en fotografías, ejemplos en quienes se quedan. Porque el corazón sabe, y también elige: la presencia es un acto de amor, no solo de biología.

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Hoy mi hijo entiende que ser padre no es cuestión de sangre, sino de entrega. Él no tiene todos los recuerdos que quisiera, pero sí una lección tallada en el alma: hay ausencias que enseñan más que muchas presencias. Estoy segura de que sera un gran padre cuando llegue su turno.

Y yo, como madre, guardo dos memorias: la del hombre que fue todo sin tener la obligación, y la del que, aunque no supo estar, dejó una historia y el mejor regalo de Dios en mi vida.

  


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