Un trágico accidente ocurrido en Long Island, Nueva York, ha reavivado las preocupaciones sobre los protocolos de seguridad en salas de resonancia magnética (RM). Keith McAllister, de 61 años, falleció el pasado 17 de julio luego de ser violentamente succionado por una máquina de RM en las instalaciones de Nassau Open MRI, cuando ingresó al área con una cadena metálica de 20 libras mientras el escáner estaba en funcionamiento. Su esposa, Adrienne Jones‑McAllister, quien se encontraba realizándose el procedimiento, denunció que un técnico permitió su entrada a pesar de ver claramente la cadena que llevaba puesta.
Según el reporte policial, McAllister habría ingresado sin autorización, pero la versión fue fuertemente cuestionada por su esposa. Adrienne afirmó que el técnico le pidió a su esposo que la ayudara a levantarse y que, además, conocía la cadena, pues ya había sido tema de conversación en citas anteriores. La escena que siguió fue devastadora: “Lo vi caminar hacia la mesa y luego la máquina lo atrapó”, relató entre lágrimas. “Se quedó flácido en mis brazos. Eso todavía late en mi cerebro”, dijo, exigiendo responsabilidades por lo que considera una negligencia fatal.
El caso recuerda que las máquinas de resonancia magnética, aunque son herramientas diagnósticas seguras cuando se siguen los protocolos al pie de la letra, generan campos magnéticos extremadamente potentes que pueden convertir cualquier objeto metálico en un proyectil letal. No es la primera tragedia vinculada a estos equipos: en 2018, un hombre falleció en Mumbai con un cilindro de oxígeno, y en 2001 un niño murió en Nueva York por un accidente similar. Las investigaciones sobre lo ocurrido en Long Island están en curso, mientras crecen los llamados a reforzar las medidas de control y entrenamiento del personal en estos entornos clínicos.
